Angel Gracia
Crueldad de los Animales en la Facultad de Veterinaria
Mis recuerdos de la Universidad son tan malos como los de la escuela secundaria.
Nunca me lleve bien con mis profesores y siempre creí que eran muy poco profesionales y hasta crueles. Para anestesiar a los animales, usaban un instrumento que llamaban “el torcedor de morro”. Este era un instrumento que se formaba por un palo que tenía en un extremo una cuerda doble. Se le ponía en el morro al animal que iban a operar y en la medida que el animal se quejaba por el dolor se retorcía el morro más y más hasta que se quedaba quieto. El dolor que sufría era mayor que el de la operación así que aprendía a quedarse quieto para prevenir que le siguieran apretando. Era como una tortura medieval. Hoy en día estoy arrepentido de todo eso.
Nunca tuve una clase favorita. Si tuviera que elegir supongo que diría el deporte. Había tres asignaturas obligatorias: política, religión y deporte. Para mí no había nada como el deporte. En mi segundo ano de la Universidad de Zaragoza, en la Facultad de Veterinaria, salí ben en un examen pero me pusieron mala nota de todas maneras. Un año después, me volvieron a “reprobar” la misma materia. Despues tuve que retomar esa clase, que correspondía al segundo año, cuando ya cursaba el cuarto año de la carrera. Realmente no puedo decir que disfrute mis años de universitario.
Cuando comparo la universidad de esa época a la de ahora, parecieran dos mundos diferentes. Aprendíamos con teoría no había ninguna practica de nada, al menos en mi Universidad. La única vez que use un microscopio en toda la carrera, estaba fuera de foco porque el profesor que lo alisto usaba lentes de mucho aumento y lo puso como le convenía a el. Así que cuando me tocó el turno de ver a través de un microscopio no vi nada. Y teníamos que llevar las manos atrás. Tampoco me permitieron poner ni una inyección. Se imaginan un graduado en veterinaria así? Mas adelante aprendí en la calle todo lo que no aprendí en la universidad y llegue a montar mi propia clínica veterinaria con gran éxito, en Caracas, Venezuela pero honestamente me quedaba mucho por aprender entre la teoría y la práctica.
Fuímos muchos los españoles, italianos y portugueses, que en los años 50 emigramos a Sur America. Nos íbamos por el hambre y la política. Se suponía que la vida seria mas fácil alla pero cuando llegue me encontré con que en Venezuela también había una dictadura, la vida no era tan fácil como me la habían pintado y no tuve trabajo durante 9 meses. Luego conseguí empleo en el centro Nacional de cardiología en la especialidad de parasitología. Estudiabamos la enfermedad de Chagas.
En Caracas había un Instituto de cultura hispánica presidida por un veterinario que era rebelde contra la dictadura. A través de ese veterinario llegue a contactar a un amigo suyo, español y rebelde también, quien me introdujo en la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle como “Conservador de Parasitología en el departamento de Fauna” .
Uno de los investigadores de nuestro grupo estaba amenazado de muerte. La dictadura en Venezuela tenía la muy común táctica de desaparecer a quien no le convenía. Para eso usaban un aeropuerto situado en la capital, llamado La Carlota. De allí despegaban los aviones con “los presos políticos” y los tiraban en Guayana. El Presidente de la Sociedad de Cienias planeó un viaje a una región del Amazonas para esconderlo y protegerlo. La aventura nos llevaría a convivir con los Yanomami durante casi un año.

Nuestro grupo estaba formado por dos parasitólogos, un laboratorista y yo. Ibamos a estudiar enfermedades producidas por parásitos: Mansonella ozardi, Dipetalonema perstans y Wucherellia vancrosti. Tambien buscábamos muestras de la flora y la fauna en el Amazonas justo en la confluencia del Amazonas, brasilero, venezolano y colombiano.
El Chagas se trasmite por unos parásitos que viven en las ramas de los techos de las churuatas (un tipo de choza de los Indios).
Uno de los indígenas del grupo murió de esta enfermeda y le hicimos la autopsia. Pero tuvimos que escondernos de los indígenas porque obviamente nos hubieran matado si se hubieran dado cuenta de este sacrilegio. Ellos envuelven los cadáveres en un chinchorro o hamaca y así los entierran. Habíamos encontrado las larvas en su sangre pero en no hallamos los parásitos adultos.
En las noches mi compañero alucinaba que los indígenas nos iban a matar porque habíamos tocado el cadaver. Nos mandaba al laboratorista y a mí a levantarnos en mitad de la noche a buscar las escopetas y hacer guardia. Realmente no había nadie pero el se lo imaginaba.



Comíamos paba (un ave), culebra, mono y también llevamos latas de comida y ellos hacían casave con yuca. La fogata era enorme, como del tamaño de 3 casas juntas y totalmente oscura. Habia 27 fogatas en cada una y solo un hueco en el centro de la choza para el escape del humo. Dormíamos en hamacas y lo mas peligroso eran las culebras, una gota de veneno puede matar a 12 personas. Ahora hay mucho miedo a los mosquitos y sus supuestas enfermedades que transmiten pero a nosotros no nos afectaba. Honestamente, eso es desinformación del sistema de ahora. Lo peor que me paso fue que una vez me quise bañar en un riachuelo y me atacaron las hormigas llamadas “chipitas” cada picada era del tamaño de una moneda. Fue el peor ataque que tuve. Colectábamos parásitos de animales, hacíamos un estudio en las lagartijas. Los niñitos nos traían las lagartijas en la punta de una flecha y nosotros les dabamos una galleta de soda. Ellos tienen su propio idioma pero habían aprendido algo de español con el cura, de La Salle.



Los estudios que hicimos de taxonomía fueron importantes porque publicamos en las revistas de ciencias y eso me dio prestigio pero ahora lo considero una perdida de tiempo. Mi tesis doctoral se basó en los parásitos del amazonas.
Hoy en día, cuando comento que viví en el Amazonas la gente se impresiona pero en aquel tiempo no tenía mayor trascendencia, yo andaba con gente de ciencias naturales y era normal convivir con los indígenas. Fue un tiempo de gran aventura y me place mucho recordarlo.